El pequeño Egot salió felizmente de casa un buen día, corría una brisa templada y todas las razas convivían en armonía.
Notaba el calor de los rayos de sol en el porche de su choza rodeada de árboles, a la vera de un precioso lago. Oía el sonido de graciosos cochinitos que se arremolinaban unos con otros en la improvisada granja que construyó el año pasado con Noel, Egot Jr., Samus, Richi y Patxi, sus cinco hijos. Los quería con toda su alma. Su mujer ya había vuelto de la compra para hacerle su plato favorito, le había dado recuerdos de sus amigos que trabajaban en el mercado de abastos. Siempre dudó de ser un ganador, pero casándose con ella supo que nunca fue un perdedor.

Y un día, sin más, algo hizo click en su alguna parte de su cerebro.

Volvió al interior de su casa, DESTRUYÓ a sus 5 hijos con una misma silla (no era del Ikea), lanzó sus restos contra su mujer, logrando sepultarla aún viva entre los trozos de sus propios vástagos aun calientes y sangrantes. Tras prender fuego al que fue su hogar y dejar un olor a bacon a 5 km a la redonda, se fue para jugar a Blood Bowl con sus nuevos amigotes.